La política, o mejor dicho, la clase política, no pasa por uno de sus mejores momentos.
Da igual el nivel de gobierno, ya sea local, autonómico o nacional. El insulto y la descalificación han sustituido al consenso, al dialogo y a la ilusión por construir un pueblo mejor, un país mejor o una nación mejor.
Y lo peor es que ya llevamos demasiado tiempo en este ruido. Terminan unas elecciones y la campaña se alarga hasta las siguientes entre insultos y desprecios hacia las necesidades de la ciudadanía.
El tiempo por el que pagamos la inmensa mayoría de los españoles se vuelve improductivo e inoperante. La presión fiscal agobia al autónomo, al pequeño y mediano empresario y al ciudadano de a pie, mientras que las grandes empresas piensan en cómo huir hacia territorios con un "clima" más suave o conveniente a sus necesidades, acompañados e incentivados en esa marcha con descalificaciones y reproches por parte de nuestros responsables políticos.
Las protestas y huelgas se incrementan con gritos de auxilio por parte de los colectivos más afectados y la única respuesta que reciben es el reproche y el " y tú más" entre la clase política.
No nos los merecemos y no nos merecen.
La corrupción emerge como una tromba de suciedad que salpica a todos sin distinción ideológica.
Cómo no añorar aquellos tiempos no muy lejanos de políticos de raza con vocación pública. Aquellos principios y valores que ayudaron a que nuestra democracia saliese adelante tras más de cuarenta años silenciada...
Llamarme antiguo pero ojalá pudiésemos retroceder en el tiempo y reiniciar el camino recorrido.